“En la arena ya no queda huella alguna del alegre corretear de los niños,
ni de las idas y venidas de todos aquellos que ayer pasaron un día de playa.
De madrugada, los hombres y las máquinas del ayuntamiento han cumplido su cometido.
Las tumbonas, azules y amarillas, también descansan apiladas por pequeños grupos aquí y allá.
El sol se levanta y, en 5 la punta extrema del malecón, un viejecito con visera
sobre el que revolotea un puñado de gaviotas, lanza a lo lejos el sedal.
El ruido de las olas parece acercarse: la marea está subiendo.
Y no lejos del banco en el que me he sentado a leer el periódico mientras dispone
dos mesitas y cuatro silla bamboleantes, silbotea ahora el chico del chiringuito.”